Es estándar en la terapia familiar utilizar el análisis de genogramas durante 3 generaciones, y eso parece ser preciso para entender totalmente de dónde venía Kay.
La abuela materna de Kay jamás abandonó el hospital siquiátrico, y Kadisha y sus dos hermanos fueron criados en su mayor parte por una tía materna -y la propia Kadisha- a medida que su padre fue perdiendo progresivamente el compromiso con sus hijos, y finalmente abandonó definitivamente la familia cuando Kadisha tenía 12 años.
Ambos padres abandonaron la escuela para combatir, con un bebé en camino. Kevin se convirtió en un vendedor itinerante, vendiendo libros de texto de matemáticas, al tiempo que Kadisha retornó a lavarse las uñas, y después, como un bebé tras otro, se convirtió por necesidad en una mamá de tiempo completo.
Kadisha era bastante dócil y podía soportar la mayoría del tratamiento que recibía, mas en ocasiones podía perder la paciencia y luchar, sobre todo negándose a hablar con Kevin.
A veces usar a los pequeños como mediadores era tan largo que los progenitores olvidaban por qué no se hablaban entre ellos, y la conversación se estropeaba hasta “Dile a tu madre que pase los frijoles verdes”. Finalmente se agotaron, y finalmente empezaron a charlar entre ellos de nuevo. Las disculpas jamás llegaron, todo el procedimiento se volvió agotador.
Cuando Kay fue suspendida de la escuela por aparecer drogada, Kadisha me la trajo para solicitarme ayuda, tratando de obtener de mí una promesa de que no le contaría a Kevin sobre el tratamiento.
Pronto un niño que conocía –periféricamente, pero aún de esta manera- murió de una sobredosis de drogas, y le recomendé un programa de rehabilitación de drogas para Kay- en parte para tratar su creciente dependencia química, y en parte para sacarla del sistema familiar que estaba ocasionando su decadencia.
Tienen una deuda de gratitud con ella, del mismo modo que todos los miembros de la familia con pacientes identificados en ellos, pero ¿es suficiente la gratitud para salvar a Kay?